Antes de subir el 2do capítulo de "504" me gustaría mostrar éste, un cuento algo corto, pero no por eso de menor contenido.
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Quién sabe cuánto tiempo llevamos aquí. Ya nada importa; solamente no esperamos a que suene su telefóno y se tenga que marchar. Me pasaría la vida entera abrazada a él. Sus brazos de niño que me aprehenden con firmeza, como si una corriente extraña y ajena a él quisiera arrastrarlo. Y mi rostro apoyado en su benevolente hombro. Quiero besarlo. Nunca lo he besado y estos deseos por contactar sus labios se me hacen dulcemente inevitables. Pero no, estamos abrazados y es lo mismo. La unión etérea entre nosotros existe y no dejará de ser por uno u otro ósculo. Mejor aprieto sus manos. Que sepa que lo necesito y que lo prefiero por sobre todas las cosas. Porque la fiesta, como veo, está excelente; pero nada es mejor que la fiesta de sus oscuros cabellos que reptan cual serpientes por mis mejillas. Nada es mejor que palpar la suavidad de su cara, y tener la sensación de que puedo atravesarlo como al agua diáfana.
Sí, qué importa la fiesta. Podré tener muchas en el futuro. El alcohol y las amigas pueden esperar. Pero él no. Debo estar con él antes de que sea demasiado tarde. Esto será eterno, sí, lo sé, sin embargo me aferro a él como si a mí también me fuera a llevar una fuerza ajena a mi persona. El tiempo, que es despiadado huracán, y el miedo, que vive en mí cual parásito letal. Me toman, me arrastran hasta lugares desconocidos, en los que no quiero estar. Lo aprieto con más fuerza. Estoy a salvo, estoy en casa.
Pasan unos incontables minutos de sagrada unión. Estamos aunados por todo cuanto exista. ¿Por qué razón nunca antes conocí el amor? Espero que sea porque ese alguien del cielo buscó a un hombre para mí con tanto esmero que demoró quince años en elegirte. Así debe ser. Una voluntad divina...
Estuve en otra dimensión por un largo rato. Cuando volví de mi enajenación pude percibir una tímida lágrima que caía por mi mejilla. Ella la distinguió instantes luego. ¿Por qué lloras? No lo sé. Dime. Que no lo sé, pero ¿has llorado de felicidad? Creo que no. Eso debe ser.
La verdad es que no lo sabía, y él menos. Era sólo una principiante en el amor y no sabía a ciencia cierta qué era lo que se inmiscuía segundo a segundo por mis intestinos. Él, tan novato como yo, tampoco entendía en demasía.
¿Aló? Bueno, ya voy. ¿Te vas? Así es. Está bien. Estamos hablando. Y nos soltamos. Pusímonos de pie y nos abrazamos por última vez aquella noche. Y como subyugada nuevamente por una extraña fuerza interior, acerqué mis labios a los suyos. Él, sin poder ni querer dar lucha contra mi inconciente ofrecimiento, dejó caer sus labios en los míos. Así nos quedamos unos segundos, atados por nuestras bocas, que susurraban mudamente no te vayas, no te alejes, nunca huyas, nunca mueras, sólo sé, sólo aquí, sólo nosotros, solos nosotros; hasta que debimos separarnos. Lo miré y sonrió de inmediato. Él quería ese beso tanto como yo. Él me ama y necesita tanto como yo.
De ese momento en adelante desconozco qué hice en la fiesta. Creo que a alguien le hablé sobre lo ocurrido, pero de seguro no entendió ni en una mínima fracción lo que para mí había significado.
Lo que hice, como dije, lo desconozco. Pero sí sé que durante ese sublime intertanto, dejé el mundo de los mortales. Estuve con él en la distancia.
Cuando regresé de allí, comprendí la importancia de un beso.
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Quién sabe cuánto tiempo llevamos aquí. Ya nada importa; solamente no esperamos a que suene su telefóno y se tenga que marchar. Me pasaría la vida entera abrazada a él. Sus brazos de niño que me aprehenden con firmeza, como si una corriente extraña y ajena a él quisiera arrastrarlo. Y mi rostro apoyado en su benevolente hombro. Quiero besarlo. Nunca lo he besado y estos deseos por contactar sus labios se me hacen dulcemente inevitables. Pero no, estamos abrazados y es lo mismo. La unión etérea entre nosotros existe y no dejará de ser por uno u otro ósculo. Mejor aprieto sus manos. Que sepa que lo necesito y que lo prefiero por sobre todas las cosas. Porque la fiesta, como veo, está excelente; pero nada es mejor que la fiesta de sus oscuros cabellos que reptan cual serpientes por mis mejillas. Nada es mejor que palpar la suavidad de su cara, y tener la sensación de que puedo atravesarlo como al agua diáfana.
Sí, qué importa la fiesta. Podré tener muchas en el futuro. El alcohol y las amigas pueden esperar. Pero él no. Debo estar con él antes de que sea demasiado tarde. Esto será eterno, sí, lo sé, sin embargo me aferro a él como si a mí también me fuera a llevar una fuerza ajena a mi persona. El tiempo, que es despiadado huracán, y el miedo, que vive en mí cual parásito letal. Me toman, me arrastran hasta lugares desconocidos, en los que no quiero estar. Lo aprieto con más fuerza. Estoy a salvo, estoy en casa.
Pasan unos incontables minutos de sagrada unión. Estamos aunados por todo cuanto exista. ¿Por qué razón nunca antes conocí el amor? Espero que sea porque ese alguien del cielo buscó a un hombre para mí con tanto esmero que demoró quince años en elegirte. Así debe ser. Una voluntad divina...
Estuve en otra dimensión por un largo rato. Cuando volví de mi enajenación pude percibir una tímida lágrima que caía por mi mejilla. Ella la distinguió instantes luego. ¿Por qué lloras? No lo sé. Dime. Que no lo sé, pero ¿has llorado de felicidad? Creo que no. Eso debe ser.
La verdad es que no lo sabía, y él menos. Era sólo una principiante en el amor y no sabía a ciencia cierta qué era lo que se inmiscuía segundo a segundo por mis intestinos. Él, tan novato como yo, tampoco entendía en demasía.
¿Aló? Bueno, ya voy. ¿Te vas? Así es. Está bien. Estamos hablando. Y nos soltamos. Pusímonos de pie y nos abrazamos por última vez aquella noche. Y como subyugada nuevamente por una extraña fuerza interior, acerqué mis labios a los suyos. Él, sin poder ni querer dar lucha contra mi inconciente ofrecimiento, dejó caer sus labios en los míos. Así nos quedamos unos segundos, atados por nuestras bocas, que susurraban mudamente no te vayas, no te alejes, nunca huyas, nunca mueras, sólo sé, sólo aquí, sólo nosotros, solos nosotros; hasta que debimos separarnos. Lo miré y sonrió de inmediato. Él quería ese beso tanto como yo. Él me ama y necesita tanto como yo.
De ese momento en adelante desconozco qué hice en la fiesta. Creo que a alguien le hablé sobre lo ocurrido, pero de seguro no entendió ni en una mínima fracción lo que para mí había significado.
Lo que hice, como dije, lo desconozco. Pero sí sé que durante ese sublime intertanto, dejé el mundo de los mortales. Estuve con él en la distancia.
Cuando regresé de allí, comprendí la importancia de un beso.
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