Está demás decir que todos estos escritos no son necesariamente autobiográficos, sino que son sólo creaciones. Acá dejo uno nuevo.
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Entró al cuarto y lo vio allí, parado y taciturno. Se puso en frente de él. Parecía un árbol del otoño, o más bien invernal, de ésos que exponen su corteza cruda y su cuerpo deshecho por las heladas. Sus brazos lánguidos y exhaustos parecían estar a punto de caerse, de desplomarse por el invisible peso que tenían a cuestas. Parecía, también, unido al piso por raíces inmutables, pese a su posición algo encorvada. Cuánto tiempo hacía que no lo miraba de esa manera: analizando cada una de sus partes, cada piso, cada mínima ventana de ese edificio que en cualquier momento se venía abajo. Y él le devolvía la mirada, con su expresión algo tranquila pero seguramente perturbada; como si en ese preciso instante estuviera viviendo una gran serenidad, aunque lamentablemente fuera conciente de que sus problemas lo atormentarían tarde o temprano. Se le acercó aún más. Lo veía todos los días y, extrañamente, no había notado el cansancio de su rostro, el paso de los años. No estaba viejo, no, sin embargo encontraba un algo que le decía he cambiado, no soy el niño de antaño. Al escrutar su rostro, no podía precisar qué era lo que miraba, si a un niño, un adulto, un anciano. La verdad es que era algo así como un niño-adulto, o viceversa, o ambas, o ninguna. Era evidente que no quería seguir siendo un niño, no obstante sus brillantes ojos expresaban una nostalgia al pasado, como si se resistieran al ineludible paso del tiempo. Y veía por otro lado esa barba incipiente, en desarrollo, y su pelo relativamente largo. Trataba de ser adulto, pero no podía, pero no quería, no quería tampoco ser niño, pero lo era y no lo era. Confusión, eso es, un caos era su edad, la etapa de la vida en que se encontraba. Y todo se le veía en el rostro.
Analizó nuevamente sus ojos. Tenía un par de arrugas que seguro no eran por vejez, sino por cansancio. Unas firmes líneas marcaban su piel joven, como si no hubiera dormido por semanas. Eran probablemente cicatrices de batallas fracasadas. No esas batallas que se pelean en la inútil guerra; éstas eran cicatrices de combates abstractos, de pérdidas espirituales. De ésas que realmente importan... y cómo no le iban a importar a él, si tenía sus rastros marcados a fuego en la cara.
Su expresión era, como notó desde un principio, de tranquilidad. Se encontraba como echado a la vida, desmotivado por sus propósitos personales. La tranquilidad de una balsa en el inmenso mar, entregada completamente a lo que venga. Una balsa que había sido un barco; una nave inmensa repleta de gente de las más diversas procedencias, ahora reducida a un tímido conjunto de troncos, cuerdas y abandono. Para qué luchar contra la corriente, si al final te decepcionas y todos te recuerdan: te lo dije, y nadie está ahí para entregarte su apoyo.
Como se podía apreciar, su actitud era ésa. Después de todo, qué otra manera de ver la existencia se le puede pedir al que constantemente lucha y muere. ¿No puede querer vivir aunque sea por un tiempo?
Sus hombros estaban caídos, como ya habiendo admitido su carencia de energías: su fracaso. La vida que llevaba era ya un caos, una tortura insensata, pero qué remedio. Los intentos por cambiar ya se habían hecho y, por añadidura, habían decaído.
Su imagen global ahora era la de un tipo desgarbado y casi echado sobre el lavamanos. Ya nada le importaba, nada era relevante. Miró una vez más en el espejo y no quiso verse más; no quiso seguir presenciando a ese extraño que era él. Él, que no era realmente él, sino un él falso. El del espejo, el que ya no creía en nada. Pero era él.
Agobiado, saqué el cepillo de dientes del cajón y fui a lavármelos donde no hubiera más problemas.
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Entró al cuarto y lo vio allí, parado y taciturno. Se puso en frente de él. Parecía un árbol del otoño, o más bien invernal, de ésos que exponen su corteza cruda y su cuerpo deshecho por las heladas. Sus brazos lánguidos y exhaustos parecían estar a punto de caerse, de desplomarse por el invisible peso que tenían a cuestas. Parecía, también, unido al piso por raíces inmutables, pese a su posición algo encorvada. Cuánto tiempo hacía que no lo miraba de esa manera: analizando cada una de sus partes, cada piso, cada mínima ventana de ese edificio que en cualquier momento se venía abajo. Y él le devolvía la mirada, con su expresión algo tranquila pero seguramente perturbada; como si en ese preciso instante estuviera viviendo una gran serenidad, aunque lamentablemente fuera conciente de que sus problemas lo atormentarían tarde o temprano. Se le acercó aún más. Lo veía todos los días y, extrañamente, no había notado el cansancio de su rostro, el paso de los años. No estaba viejo, no, sin embargo encontraba un algo que le decía he cambiado, no soy el niño de antaño. Al escrutar su rostro, no podía precisar qué era lo que miraba, si a un niño, un adulto, un anciano. La verdad es que era algo así como un niño-adulto, o viceversa, o ambas, o ninguna. Era evidente que no quería seguir siendo un niño, no obstante sus brillantes ojos expresaban una nostalgia al pasado, como si se resistieran al ineludible paso del tiempo. Y veía por otro lado esa barba incipiente, en desarrollo, y su pelo relativamente largo. Trataba de ser adulto, pero no podía, pero no quería, no quería tampoco ser niño, pero lo era y no lo era. Confusión, eso es, un caos era su edad, la etapa de la vida en que se encontraba. Y todo se le veía en el rostro.
Analizó nuevamente sus ojos. Tenía un par de arrugas que seguro no eran por vejez, sino por cansancio. Unas firmes líneas marcaban su piel joven, como si no hubiera dormido por semanas. Eran probablemente cicatrices de batallas fracasadas. No esas batallas que se pelean en la inútil guerra; éstas eran cicatrices de combates abstractos, de pérdidas espirituales. De ésas que realmente importan... y cómo no le iban a importar a él, si tenía sus rastros marcados a fuego en la cara.
Su expresión era, como notó desde un principio, de tranquilidad. Se encontraba como echado a la vida, desmotivado por sus propósitos personales. La tranquilidad de una balsa en el inmenso mar, entregada completamente a lo que venga. Una balsa que había sido un barco; una nave inmensa repleta de gente de las más diversas procedencias, ahora reducida a un tímido conjunto de troncos, cuerdas y abandono. Para qué luchar contra la corriente, si al final te decepcionas y todos te recuerdan: te lo dije, y nadie está ahí para entregarte su apoyo.
Como se podía apreciar, su actitud era ésa. Después de todo, qué otra manera de ver la existencia se le puede pedir al que constantemente lucha y muere. ¿No puede querer vivir aunque sea por un tiempo?
Sus hombros estaban caídos, como ya habiendo admitido su carencia de energías: su fracaso. La vida que llevaba era ya un caos, una tortura insensata, pero qué remedio. Los intentos por cambiar ya se habían hecho y, por añadidura, habían decaído.
Su imagen global ahora era la de un tipo desgarbado y casi echado sobre el lavamanos. Ya nada le importaba, nada era relevante. Miró una vez más en el espejo y no quiso verse más; no quiso seguir presenciando a ese extraño que era él. Él, que no era realmente él, sino un él falso. El del espejo, el que ya no creía en nada. Pero era él.
Agobiado, saqué el cepillo de dientes del cajón y fui a lavármelos donde no hubiera más problemas.
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3 comentarios:
wena vinx,
creo que es un muy buen detalle de la adolescencia, ese período en que todo se desajusta, se desencaja y se vive en tierra de nadie. lo delicado de la narración, sobre todo en su fase descriptiva despierta una cierta nostalgia (o empatía con el tipo del espejo?)
bueno bueno vinx, paséate por la pluma
Probablemente es una suerte de sentimiento que ha pasado, o bien, está pasando por muchos. La verdad, no me excluyo, es más, quizás sigo en esta estapa evolutiva donde el cambio no termina nunca.
Muy buena utilización de metáforas, y muy decidor a la hora de revelarnos la idea central.
Llegue aquí por el blog myvoiice.
La verdad me gusto arto, sobre todo cuando al final se sabe que es el mismo el que se esta describiendo y no otra persona como supuse en un comienzo.
Bueno eso,
Suerte!
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