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Inicio el blog con este cuento que hice hace algunos días. Espero que les guste.Siempre en calma, inhalaba el aire impuro de la ciudad con un vigor que lo tornaba limpio y energizante. Sus pasos eran despreocupados, su cabeza se encontraba en una realidad definitivamente más colorida sí, buenos días, tome asiento por favor, que la que ofrecían las grisáceas aceras. Lo que hacen los negocios bien hechos, pensaba. Su hijo, mientras, andaba a su lado siguiendo la línea amarilla del límite de la vereda. Éste no podía alejar la vista de sus zapatillas azul brillante, recibidas en la reciente lujosa navidad. Sin embargo, no eran una familia rica, no, pensaba él, con el mismo convencimiento con el que creía que la gente que pasaba a su lado no podía sino mirar boquiabierta sus flamantes zapatillas. La paz interior de los dos era evidente: sentían un silencio inexistente en pleno centro de la capital. Pasos. Cada vez más exacto, cuatro dormitorios, doscientos cincuenta metros construidos, un magnífico patio fuertes. El padre comenzó a percibirlos a unos diez metros de sí. No tomó en cuenta entonces el creciente ruido de esas furiosas pisadas sino hasta que, de manera repentina, tuvo unos recios brazos alrededor de su cuello.
Ante el desconcierto de ese ataque, sólo logró lanzar unos manotazos ineficientes al costado de su agresor la verdad es que somos una inmobiliaria muy reciente, por eso es que no ha escuchado de nosotros aún, al mismo en que veía la expresión aterrorizada de su hijo cuando volteaba hacia la terrible escena que acontecía detrás de sus espaldas.
- ¡Papá! ¡Por favor, suéltalo! – gritó el niño desconsolado al ver a su padre perder de a poco el aliento.
- Descuida, Martín – vociferó éste con el escaso aire que le restaba -. Es sólo un juego.
El agresor soltó inmediatamente al padre luego de oír esas palabras, dejándolo caer en el suelo al borde de la inconciencia. Pasaron unos tensos segundos hasta que el victimario, totalmente encolerizado y sin control alguno de su persona, se arrodilló junto al maltrecho padre, el cual comenzaba a retomar sus colores, perfecto, el martes mismo vamos a conocer la propiedad, sí, por supuesto, descuide, ningún compromiso, sólo le aseguro que no se arrepentirá le agarró el cuello de la camisa y lo comenzó a subir y bajar, haciéndolo chocar contra el cemento con una fuerza y una ira que sólo observando sus ojos podía cuantificarse.
– ¡Un juego, un desgraciado juego! ¿Eso es para ti? ¿Ah? ¡Contéstame, imbécil! – le manifestaba el descontrolado atacante, mientras el padre no podía sino presenciar atónito e inmóvil el acto que el agresor llevaba a cabo. El hijo, por cierto, permanecía también paralizado frente a los dos adultos: tal situación sobrepasaría a cualquier infante de siete años.
– ¡Que no ves que arruinaste mi vida! ¡La mía y la de mi familia! – gritó el atacante justo antes de golpear fuertemente al padre en su rostro.
Este último tuvo que decir algo, o de lo contrario terminaría por morir bajo las manos del agresor. Él era capaz de asesinarlo sin ningún pudor frente a su hijo, buenas tardes, yo soy Amador Villegas, sí pues, a eso vinimos, pase usted, mire qué amplio es el hall de entrada, sí, esa es la cocina, aquellas ventanas son grandiosas, ¿no es cierto? y el padre lo sabía.
– Fue Rodríguez, fue Rodríguez, no yo. – alcanzó a decir el padre cuando el tipo se aprontaba a darle el segundo puñetazo.
– ¿Rodríguez, el tipo que estaba contigo cuando firmamos la transacción? – inquirió el agresor con un tono más calmo que el de momentos anteriores.
– Sí, hombre, el mismo. También me estafó a mí. Yo creí que la venta de la casa era un proceso normal, hasta que me encuentro con que otra familia ya la había comprado semanas atrás. Nunca supe nada, nada, lo juro, yo sólo cumplía mi labor de corredor de propiedades, como siempre lo he hecho.
El atacante se levantó del piso lentamente, con una tranquilidad y un desconcierto que le llegaron de súbito. Se quedó pensativo ¿quieres pagarla durante veinte años?, no hay problema, eso sí deberás darnos un pie por la casa, ¿cincuenta millones?, perfecto, lo depositas en esta cuenta, anota durante algunos largos segundos.
– ¿Dónde está él ahora? ¿Qué haces tú aquí? – preguntó al padre como si su vida dependiera de esas respuestas.
– Está prófugo. La policía lo está buscando al igual que yo. Resulta que tengo que comprobar que soy inocente, pero no puedo si es que no encuentran a Rodríguez. Sería muy importante que tú atestiguaras a mi favor, para que de una vez por todas todos se empeñen en atrapar a ese criminal que nos arruinó a los dos.
El agresor le había creído. El padre era un experto en mentir e improvisar situaciones, después de todo, era su profesión. Los dos tipos ya se encontraban de pie sí, se lo creyó todo, ¡todo!, mañana va a depositar el dinero en la cuenta, vamos a celebrar esta noche, somos los mejores en esto, “Rodríguez” y en una actitud de diálogo.
– Dios, por supuesto que te ayudaré. Mientras más cargos tenga en su contra ese mal nacido, mayor será su condena. Siento todo el malentendido, realmente no fue mi intención...
– Sí, no te preocupes. No sabías nada sobre mi situación, lo entiendo. – contestó el padre, dándole una palmada en el hombro al tipo a modo de apoyarlo.
– Siento también haber armado esta escena en frente de tu hijo. Bueno, tú podrás explicarle mejor. Dame tu número de teléfono para contactarte.
– Sí, claro. Es 567 4553. – dijo el padre, tirando algunos números al azar.
– ¡Ah! Se me olvidaba, ¿tu nombre es...?
El padre se quedó helado. Realmente no recordaba el nombre que había ideado para estafarlo. Amador, ¡Amador cuánto!
, pensó en ese segundo de titubeo. Debía decirlo rápido, pues a nadie podía olvidársele su propio nombre.
– Amador. Amador Cejas. Eso es, Amador Cejas. – contestó, intentando mostrarse seguro de su respuesta.
– Está bien, estamos en contacto entonces. Es lamentable todo esto, ¡pero debemos hacer todo lo posible para que pague por lo que nos hizo!
– Concuerdo absolutamente contigo. Bueno, se me hace tarde y no quiero seguir confundiendo a mi hijo con esta espera. Adiós.
– Adiós – dijo el estafado agresor, estrechando con ahínco la mano del padre. Se habían comenzado a alejar cuando repentinamente el atacante se detuvo. Amador Cejas, Amador Cejas, reflexionaba incrédulo. En cuanto se percató del descuido del padre en relación a su nombre, comenzó a correr en dirección hacia él. El padre oyó entonces los fuertes pasos detrás suyo, miro atrás e inició su escape. Tomó a su hijo en brazos y corrió hasta llegar a su auto nuevo. Una vez que encendió el motor e inició la marcha, le comentó a su hijo:
– Estos locos de hoy en día. Resulta que este tipo no puede aceptar que lo vencí en el juego Metrópolis, ¿lo conoces, verdad? Debes aprender a jugarlo. Es la cuna de todo buen negociante. Llegando a nuestra casa te lo enseño.
El niño frunció el ceño y respondió con decisión:
– A mí no me engañas. Un millón y no le digo nada a mamá.